Como persona que vive con esclerosis múltiple, el Día Internacional de las Personas con Discapacidad trasciende para mí el simbolismo. Enfrentar cada día con una condición que limita funciones básicas, como ahora escribir, me ha mostrado que las barreras más difíciles no son físicas, sino las impuestas por una sociedad que aún no sabe cómo incluirnos plenamente.
Es un error pensar que la inclusión es solo una cuestión de rampas o accesos digitales. Aunque estas herramientas son imprescindibles, la verdadera inclusión empieza por reconocer la dignidad y el valor de las personas con discapacidad. No queremos ser objetos de admiración por «superar» dificultades, sino agentes activos con igualdad de oportunidades para participar, decidir y liderar.
El lema de este año, «Fomentar el liderazgo para un futuro inclusivo», invita a repensar nuestra posición en la sociedad. En mi experiencia, las decisiones que afectan nuestras vidas rara vez involucran nuestra perspectiva. Sin embargo, somos nosotros quienes mejor entendemos los retos de vivir con una discapacidad, y nuestras voces son esenciales para diseñar un futuro realmente equitativo.
Inclusión no puede ser una utopía
La discapacidad no es un límite inherente; es el reflejo de un entorno que aún privilegia lo «normal» y margina la diversidad. Esto no solo nos afecta a nosotros, sino que empobrece a la sociedad en su conjunto, privándola de nuestras contribuciones.
Hoy escribo estas palabras desde una limitación física que jamás imaginé enfrentar, pero con una convicción más fuerte que nunca: necesitamos cambiar la narrativa. No somos héroes, víctimas ni casos excepcionales; somos personas con el derecho de participar plenamente en un mundo que debemos construir juntos. La inclusión no puede ser una utopía, sino una responsabilidad colectiva y urgente.
Javier Payo Béjar, secretario de ASPAYM.