Las motillas de La Mancha son el principal referente del asentamiento humano organizado más antiguo de la península ibérica capaz de extraer agua del subsuelo, una técnica a la que se vieron abocados en un momento de estrés ambiental.
El último número del Boletín Geológico y Minero se hace eco del trabajo de campo desarrollado hasta marzo de 2014 por técnicos del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) y que impulsó en junio del mismo año la concesión de un proyecto de investigación cofinanciado por la Junta de Castilla-La Mancha, que culminó en octubre.
Según las conclusiones del IGME, las motillas son el referente principal del asentamiento humano organizado más antiguo (Calcolítico-Edad de Bronce) de la península ibérica capaz de extraer agua del subsuelo, una solución a la sequía que pervivió casi un milenio y que sentó las bases de una sociedad más compleja y jerarquizada.
En declaraciones a EFE, el jefe de Área de Hidrogeología Aplicada del IGME, Miguel Mejías, ha explicado que las motillas se sitúan sobre el acuífero regional de La Mancha, que tiene una profundidad, entre 7 y 10 metros, «que permitía la excavación con las herramientas de la época».
Están muy próximas a los cauces fluviales o sobre pequeñas lagunas, lo que indica que «los hombres de la Edad de Bronce debieron pensar que, si por ahí habían discurrido los ríos, el agua estaría debajo, a poca profundidad», ha añadido Mejías.
«Se trata de una cultura que sólo se da en La Mancha», sobre llanuras de inundación donde la presencia de agua estaba asegurada incluso en periodos de sequía y de donde podía ser extraída mediante pozos de poco calado.
Los trabajos impulsados desde el IGME y en los que participaron también científicos y técnicos del CSIC, la UNED y el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), determinaron que las motillas constituyeron una solución ante una contingencia climática que derivó en una crisis ambiental.
Además, se cree que estas construcciones quedaron en desuso y fueron definitivamente abandonadas tras la finalización de ese periodo seco, al que siguió un ascenso del nivel freático y un incremento de los caudales de los ríos.
En la zona existen 32 motillas de 4.000 años de antigüedad, cuyo aprovechamiento perduró durante ese evento climático que se caracterizó por una «aridificación muy pronunciada», ha explicado Luis Benítez de Lugo, arqueólogo y profesor de la UNED.
Las motillas son unas construcciones de planta normalmente circular, con doble o triple línea de muralla y, en ocasiones, con una torre central, «que pudo tener una función relacionada con el reparto del agua subterránea alrededor de las construcciones para dar de beber a los animales y regar una pequeña huerta», ha añadido.
Además, los muertos enterrados ritualmente en su interior confieren a estos lugares «una elevada carga simbólica», ya que «usaban a los difuntos para legitimar la propiedad de la tierra y del agua, como marcadores territoriales».
«Debemos averiguar si todas las motillas contienen pozos en su interior y si jugaron algún papel similar al de los túmulos funerarios», ha asegurado el profesor Benítez de Lugo.
Existen alrededor de las motillas numerosos asentamientos de la época, y de hecho tras su abandono fueron utilizadas también por pobladores de la Edad del Hierro o en la época medieval, que se instalaron sobre el «tell» formado por sus ruinas, «ya que los poblados en altura jugaron un papel muy importante en el control del territorio», ha explicado Benítez de Lugo.
Por último, ha destacado las similitudes que existen entre estas construcciones y los «magrod» del norte de Marruecos, donde los sistemas de extracción de agua subterránea no emplean medios mecánicos tan sofisticados como los que actualmente se utilizan en el acuífero regional de La Mancha.