No son un club deportivo, tampoco una asociación, solo 70 amigas de Talavera a las que les une su afición por el pádel -de hecho se hacen llamar «Padelmaniacas»- y que buscan hacer algo diferente, algo con lo que ayudar a las personas que peor lo están pasando. El 23 de noviembre -con motivo de la celebración el 25 del Día Internacional contra la Violencia de Género- van a lanzar su particular grito contra el maltrato a través de una jornada solidaria de pádel con la pretenden reunir ropa, alimentos y juguetes para después enviárselo a las mujeres que sufren esta lacra.
La cita es el próximo sábado a partir de las 16:00 horas en el Club Racket Space de Talavera. Las inscripciones cuestan cinco euros, si bien se pide que las participantes lleven comida, juguetes o algún artículo de ropa que será entregado a Aurelio de León, párroco de la iglesia de San Andrés, quien a través de su asociación hará llegar esta ayuda a mujeres víctimas de violencia de género. Aunque es un torneo dirigido a mujeres, invitan a todo el mundo a que se pase por las instalaciones del club y contribuyan también con sus aportaciones, a cambio de las cuales recibirán el tradicional lazo morado, con el que se identifica esta problemática.
Desde «Padelmaniacas» -un grupo que comenzó con cuatro amigas y que ahora, tras sumar 70 personas, sigue abierto a nuevas incorporaciones- agradecían el apoyo prestado por el Club Racket Space, «que nos ha cedido las instalaciones», ya que «los cinco euros que pedimos de inscripción solo son para sufragar los gastos de luz». Cuentan que es una actividad que realizan «sin ánimo de lucro» y poniendo todo su esfuerzo e incluso sus recursos personales.
Durante la jornada, además, se leerá la «Carta a un maltratador. Gritando en silencio» que se narra lo siguiente:
«Año 2001. Nunca en toda mi escasa existencia me había sentido tan sola, desconfiada, desamparada y aterrorizada como ahora lo estoy. Por mi cabeza pasan, estrepitosamente rápidos, miles de comportamientos de extraña naturaleza que nunca seré capaz de ejecutar. ¿Cómo se puede concebir seguir sufriendo, se tome el camino que se tome? ¿Acaso nací para esto? ¿Para ver destruir mi vida con ojos de desaliento? ¿De veras no merezco algo mejor? Quizá, no.
Todo a mi alrededor se ha hecho añicos. Sólo me queda una vida; una vida a la que traeré a un mundo lleno de discordias y enfrentamientos, en la que verá con sus propios ojos cómo la destrucción llegó aún antes de su nacimiento. Mi culpabilidad será imborrable ya. El sufrimiento se hará patente en cada instante de recuerdos y sinsabores ya ejecutados de antemano. Jamás debí consentir que alguien sufriera por mi culpa.
Son las tres de la madrugada. Mi bebé no para de moverse dentro de mí. Tengo todo el cuerpo castigado por tus recientes golpes. Tus patadas y puñetazos han hecho que me refugiara en el suelo y aún así, ha continuado tu horrible castigo. Recuerdo haber tapado mi tripa. ¡Por Dios, tu hijo está dentro y supongo que estará llorando! He salido corriendo mientras tú a la vez me echabas de mi casa. Es invierno y hace mucho frío. Ni siquiera he conseguido coger un abrigo. Estoy en mi oficina y ahora no paras de llamarme. Yo hablo con mi bebé, intento tranquilizarle porque sé que él me oye. ¡Dios mío, ayúdame! Estoy tiritando, más de miedo que de frío. Y sigues llamándome. Tus lamentos ya no son perceptibles a mis oídos, al igual que no lo fueron los míos cuando no parecías escuchar mi llanto. ¡Basta ya! No paro de repetírmelo. ¡No me pegues más, por favor! Pero sólo me atrevo a decirlo dentro de mi cabeza. Y si hago que tu furia salga del todo…
Tanta agonía hecha silencio, tantas súplicas escurridizas contra tu barrera han fortalecido mi escaso sentimiento de supervivencia. Tantas humillaciones, tantos insultos, tantas palizas… Esa rabia incontenida contra un cuerpo ya castigado por los golpes; golpes a mi estima, a mi ego ya desaparecido, a mi carente corazón. Ése que yo te entregué y tú me has devuelto hecho añicos. Espero una caricia y recibo un tortazo. Mi rabia está empezando a brotar, rompería el mundo en mil pedazos y te entregaría una parte para probar tu destreza en el arte de los recortes, pero esa destreza sólo encuentra un camino hacia mi persona y no de halagos precisamente, quizá porque yo ya no sé ganármelos, quizá porque ya no consentiré ni uno más de tus reproches hechos castigo.
Contengo el llanto, no quiero que mi bebé me oiga llorar una vez más. Pero mi rabia… es como una bomba a punto de estallar que va expulsando retazos de dinamita a su paso. Me niego a acostumbrarme a esta situación que ha arruinado la poca confianza en tu frialdad antes intentada aunque nunca conseguida. ¿Qué incierto futuro me espera a tu lado? ¿Cómo sabré que no volverá a ocurrir? Ya no te creo. Mi alma se aleja de ti desquebrajada, plantando rencor y miedo en su lugar. El amor todo lo puede, es cierto, pero el miedo lo destruye y tú no sabes acabar con este miedo convertido en puro terror que me desgarra interiormente y se volatiliza en el exterior ante el resto del mundo.
Y yo que creí que tu futuro hijo te impediría obrar contra lo que decías siempre deseaste. Me mentiste. Dijiste haber cambiado. Incluso parecías demostrarlo. Convenciste a una mente débil. «Un bebé lo cambiará todo»… Y lo cambió, a peor. ¿Qué ha sido esta vez? ¿La cama mal hecha, la cena estaba fría, tu ropa sin planchar? No trato de culparte sólo a ti, en realidad la única culpa fue mía al permitirte reiterarte en tu conducta.
Me siento sola, vacía por dentro y por fuera. Me duele todo, me duele el alma, mucho más que los moratones que ya han comenzado a brotar en mi piel. No sé cuánto tiempo podré aguantar esta situación, pero no sé cómo enfrentarme a ella. El teléfono ha dejado de sonar, por fin. Supongo que te habrás cansado de intentarlo. Mientras tú duermes yo escribo. No puedo cerrar los ojos por miedo a caer en una pesadilla que en realidad se hace cierta cuando despierto.
Año 2012. Sobreviví… Mi bebé tiene ahora 10 años. Es un niño sano y sobre todo feliz. Nació con los ojos abiertos, mirando a su alrededor con cara de susto, pero ahora su mirada transmite confianza, transmite alegría y optimismo. Lo conseguí. Conseguí salir de aquel terror y comenzar una nueva vida sin miedos ni sentimientos de culpabilidad. Lo superé, aunque no fue fácil; enfrentarse a tantos años de vejaciones y golpes tiene un precio bastante alto, pero cuando inviertes en recuperar tu libertad y tu autoestima, las ganancias se multiplican y descubres que tu alma sigue pegada a tu cuerpo y que los cachitos de tu corazón vuelven a unirse poco a poco para volver a latir intensamente.
Ya no te tengo miedo. He hecho las paces con mi yo más interior, aquel que me gritaba que no valía para nada y he descubierto la fortaleza que se alojaba allí y que ha despertado para demostrarme lo mucho que he conseguido. He conseguido cambiar mis lágrimas por sonrisas, he conseguido volver a mirar a los ojos, he conseguido sacar a un niño adelante, que antes lloraba en mi interior y ahora sonrie en mi regazo. Ahora tengo la certeza de que no fue culpa mía, yo no dejé que me pegaras y me humillaras, luché para evitarlo, luché con todas mis fuerzas, luché tanto que aquí estoy, lejos de ti, lejos de tus hirientes mensajes. Y sigo en pie, más alta y erguida que nunca y orgullosa de ser como soy. He borrado la palabra terror de mi vocabulario. He curado mis heridas, por dentro y por fuera; y aunque es cierto que las cicatrices no se borran, están ahí para recordarme que esconder los sentimientos para evitar sufrir te condena a morir en vida. Abrir esa «caja de los truenos», donde la tormenta anegó por completo un espíritu que un día fue libre, es muy difícil de lograr. Pero ahora sé que hacerlo significa continuar luchando por una dignidad que me fue arrebatada con tus insultos, golpes y humillaciones. La autoculpabilidad no es muy buena compañera de viaje y enfrentarse a un episodio doloroso de tu vida que crees tener olvidado, es tan angustioso como un precipicio pegado a tus pies, en el que no sabes si caerás o te dejarás caer. El tiempo lo cura todo, cierto. Pero debo dejar sangrar la herida y no pegar una tirita eternamente.
Ya no tengo miedo de cerrar los ojos, porque aunque a veces las pesadillas vuelven, sé que la realidad ha cambiado y cuando despierto tú ya no estás aquí».