La familias desalojadas del asentamiento El Cavero, en Olías del Rey (Toledo), y trasladadas al campamento de urgencia habilitado con tiendas de campaña, en el que han pasado ya dos noches, afirman que lo están pasando «mal», que se sienten olvidados y que hay muchos niños con catarro por las temperaturas.
Uno de los afectados por el desahucio, Víctor Jiménez, ha explicado a Efe que esta pasada noche fue «algo mejor» que la primera, porque la temperatura subió algo, pero ha asegurado que la mayoría de los niños están resfriados a consecuencia «del rocío y la neblina, que se te pega por las mañanas».
Las familias desalojadas el jueves se trasladaron a un campamento de urgencia habilitado por el Ayuntamiento de Olías del Rey que cuenta con una casa prefabricada en la que se guardan los alimentos y las medicinas, dos carpas de 50 metros ignífugas, quince tiendas de campaña de cuatro personas, sacos de dormir, esterillas, dos depósitos de agua, dos generadores y mantas.
En total, han sido desalojadas 47 familias del asentamiento, un desahucio provocado por el estado de ruina del edificio que tenían ocupado, propiedad de la Tesorería General de la Seguridad Social.
Víctor Jiménez ha explicado que les está resultando «muy complicado» alquilar viviendas, como ellos desean, porque hay «racismo» y son gitanos, y ha indicado que antes incluso del desalojo varias familias intentaron, sin éxito, alquilar «y les decían que no».
«Nunca hemos pedido casas regaladas sino pagar el alquiler de una casa», ha indicado este hombre que asegura que «nadie» acude al campamento salvo la asociación socioeducativa ‘Llere’, miembros de Protección Civil y algunos particulares, como un vecino de Oropesa (Toledo) que les ha ofrecido llevarse a su casa a una familia.
Jiménez ha insistido en que las familias de El Cavero «somos gente pacífica» como lo han demostrado durante el desalojo, pero también advierte de lo que puede ocurrir «si a los niños les pasa algo malo por estar aquí. No lo quiero ni pensar».
Muchas de estas familias se dedican a la recogida y venta de chatarra, algo que ahora difícilmente pueden seguir haciendo porque tienen las furgonetas «cargadas de achiperres, que no podemos bajar y dejar ahí».
Tampoco las comidas son las habituales que realizaban, sino a base de fiambres: «una vida normal no es», afirma Víctor Jiménez.