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23/03/2014junio 9th, 2017

Un siglo de vida de la estación de ferrocarril de Toledo da para muchas historias, desde la del hijo del jefe de estación, que vivió en la propia estación y que hoy recuerda que aquello fue «un privilegio», hasta el ferroviario octogenario que tiene mil anécdotas y toda una vida en los andenes.

Este mes de marzo la estación de tren de Toledo, de estilo neomudéjar y que forma parte del patrimonio histórico del país, cumple cien años desde que empezó a construirse al lado de la que había hasta entonces, la que se estuvo utilizando desde que el ferrocarril llegó a esta ciudad el 12 de junio de 1858.


UNA INFANCIA ENTRE TRENES, «UN LUJO»

Carlos Torres preside la asociación de amigos del ferrocarril de Toledo y, además, es hijo del que fuera jefe de estación en Toledo hasta 1992, Severiano. Su familia fue la última que vivió en el propio edificio de la estación, en habitaciones con techos de cinco metros de altura.

De niño, jugaba en la zona de mercancías de los trenes y se distraía con el movimiento de los turistas que llegaban a Toledo, y ahora asegura a Efe que vivir allí «fue un privilegio y un lujo».

Millones de personas han pasado por la estación de Toledo en su siglo de vida: solo desde que el AVE se inauguró en noviembre de 2005 han sido once millones de viajeros los que han pasado por allí, de los cuales casi 1,3 millones lo hicieron en 2013 según datos de ADIF.

En este siglo se ha pasado de los 80 ó 90 kilómetros a la hora que alcanzaban las máquinas de vapor a los 220 kilómetros de la alta velocidad.

HILARIO CHOZAS, EL FERROVIARIO QUE CONOCIÓ LAS MÁQUINAS A VAPOR

Sin embargo, con la rapidez de la alta velocidad se ha perdido una parte del encanto de viajar en tren, en opinión de Carlos Torres y de Hilario Chozas, un ferroviario de 80 años que trabajaba cuando todavía había máquinas de vapor y cuando el carbón se acumulaba en la habitación en la que, precisamente, hoy tiene su sede la asociación de amigos del ferrocarril.

«En vehículos y confort se ha ganado mucho y también en seguridad y rapidez. Pero antes, el trayecto en tren formaba parte del viaje y el viajero era consciente de ello. El viaje se tomaba con filosofía, la gente comía en los asientos, charlaba, se relacionaba. Ahora, las distancias ya no se cuentan en kilómetros sino en tiempo y nadie quiere saber nada del compañero. Se demanda rapidez y que nadie te moleste. Es el mayor cambio que he notado», asegura Torres.

Por su parte, Hilario Chozas ha recordado, en una entrevista con Efe, que él charlaba de forma habitual con los viajeros y que entonces no se iba con tanta prisa.

¡SE DEJÓ UN MILLÓN DE PESETAS EN LA ESTACIÓN!

En una ocasión, un viajero dejó olvidado un maletín con un millón de las antiguas pesetas encima de un banco; los trabajadores avisaron a la siguiente estación, Algodor, y el hombre regresó en taxi para recuperarlo.

Uno de los momentos más difíciles del año era el viaje anual de enfermos y personas con discapacidad al santuario de Lourdes (Francia), cuando tenían que subir las camillas al tren por las ventanillas porque no había otro acceso posible.

De la estación de Toledo, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de monumento en 1991, Hilario Chozas destaca los adornos en forja, obra del célebre Julio Pascual, y el trabajo de artesonado revestido con azulejos del ceramista Ángel Pedraza.

También resalta su capilla, ubicada en la torre de cuatro relojes que imita un minarete y que sigue ofreciendo misas cada domingo a la que acuden muchos vecinos del barrio de Santa Bárbara e incluso de pueblos cercanos, según Carlos Torres. 

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