Han pasado ya casi tres semanas desde que la invasión rusa de Ucrania comenzó a abrir informativos y protagonizar titulares, pero fue hace apenas unos días cuando Pedro López prestó verdaderamente atención a lo que estaba ocurriendo.
Fue a través de la radio de su «furgo», volviendo de cargar pellet en Cuenca para su ferretería en Chinchilla de Montearagón, en Albacete. «Yo no escucho la radio, ni la tele, ni nada, pero volvía oyendo a los periodistas y se me partía el alma porque yo esto ya lo viví«, cuenta emocionado.
De Kosovo y Yugoslavia a Ucrania
Pedro López fue militar durante 17 años, estuvo en Kosovo, en la frontera de Montenegro recogiendo refugiados para llevarlos a Albania y en la guerra de Yugoslavia. Ahora, más de dos décadas después, no ha dudado en recorrer los más de 3.000 kilómetros que separan Albacete de Ucrania para llevar ayuda humanitaria.
«Después de lo que venía escuchando sabía que no quería estar sentado en el sofá y ser uno más en el salón de mi casa, hablé con mi hija Bárbara y le dije; oye, vamos a hacer un llamamiento para que la gente traiga comida y bienes de primera necesidad, cargamos la furgo y lo llevo a Ucrania». La iniciativa se difundió a través de las redes sociales y, tan solo un día después, llenaron dos furgonetas con casi 2.800 kilos de ayuda.
«Aún lloro cuando recuerdo la respuesta tan solidaria que tuvieron nuestros vecinos», asegura mientras bromea, «así merece la pena darle la vuelta a siete Europas, ¿cómo no voy a ir?«.
Una ONG rumana es el enlace para cruzar la frontera
Junto a tres amigos más, Pedro salió rumbo a Ucrania el pasado domingo, 6 de marzo, sin tener muy claro dónde iba a descargar todo el material. Tras 35 horas de viaje llegaron hasta un pueblo de Rumanía, a 50 kilómetros de la frontera con Ucrania, donde conocieron, gracias a una chaqueta del Albacete Balompié, a un hombre que les informó sobre una ONG rumana que todas las noches cruzaba la frontera para repartir comida entre los ucranianos y depositar la ayuda humanitaria recopilada, que por las mañanas era llevada en trenes hasta Kiev.
«Yo que de repente escucho ‘ferretería Chinchilla’ y digo, ¿pero si estoy en Rumanía qué haces tú leyendo mi camiseta?, y así fue como conocí a nuestro guía particular. Le pregunté que dónde podía dejar toda la carga y me llamó luego para que me fuera con ellos«.
Lloros, risas y cantos de «ole ole, Cholo Simeone»
Y así lo hizo, al cabo del día Pedro cruzó la frontera con su furgoneta y el convoy de ayuda humanitaria y, una vez en Ucrania, en Tyachiv, descargó todo el material y pasó las horas con ellos, tomando café, conociendo la situación de cada uno y hasta cantando el «ole ole, Cholo Simeone».
«Fue la noche más bonita de mi vida, nunca volveré a vivir algo así. También leyeron la carta que escribió la alumna del colegio Cervantes de Albacete, fue muy emocionante», relata.
Igualmente, visitó el campo de refugiados, aunque, según explica, la mayoría de ucranianos que salen del país son acogidos en instalaciones municipales, iglesias o pisos. «Están en invierno, nieva y hace mucho frío, muchos de ellos se van a edificios».
«Les miras la cara y ves desolación»
A pesar de no ser la primera vez que vive la guerra, las caras de los niños siguen impactándole. «Se han tenido que ir de su casa, llevan días andando sin parar, es una sangría, les miras la cara y ves desolación, se te parte el alma«.
Lo mismo le pasó cuando vio a un matrimonio mayor salir de su país. «Ver a dos abuelos cogidos del brazo cruzar la frontera, de noche, con el frío y solo con un par de bolsas, después de toda una vida, es desolador».
A la mañana siguiente, en la madrugada del martes, inició su viaje de vuelta, pero esta vez con la radio apagada. «Después de todo lo que viví no quería escuchar nada más, pero ahora te lo tienes que tragar, yo esta mañana a las dos estaba que se me saltaban las lágrimas porque una cosa es saber y otra conocer, y yo ahora lo conozco«.
«¿Es que no hemos aprendido nada?»
Ahora, ya en Chinchilla, Pedro no descarta repetir el viaje. «Yo digo que no, pero ayer en el gimnasio la gente seguía trayendo cosas y mis hijos ya han propuesto costear ellos el próximo viaje, porque es caro, hay que pagar peajes y gasolina, pero me lo estoy planteando«, dice, dejando una última reflexión.
«Con mi amigo no paraba de comentar que estoy viviendo lo mismo que hace 23 años, cuando pasé cuatro meses en Montenegro, ¿cómo no hemos aprendido nada desde entonces?«.